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Opinión

Cuidados paliativos

Frente a cada hecho significativo de inseguridad o violencia la Alcaldía de Bogotá ofrece anuncios que buscan dar respuesta a asuntos puntuales sin detenerse en una revisión integral de la gestión de la seguridad. Un ejercicio que al volverse sistemático se ha devaluado.

La gestión de la crisis de seguridad y desconfianza en la ciudad ha enfrentado a la administración distrital a una carrera por ofrecer respuestas urgentes a problemas que colindan con cambios estructurales en el ambiente de convivencia y seguridad en la ciudad

Concentrarse en la resolución de crisis cotidianas, puede estarle causando un estado de inmovilidad que no le permita anticipar la transformación de los escenarios de riesgo, adaptar sus planes y fortalecer su ejecución. En ese sentido es clave entender que una respuesta estructurada para superar los desafíos a la seguridad es la solución a la vida reducida de la respuesta a una crisis.

En la práctica médica, los cuidados paliativos buscan mejorar la calidad de vida del paciente mediante la prevención y tratamiento de síntomas o efectos secundarios físicos, sociales, e incluso espirituales que son resultado de la enfermedad o de medicamentos aplicados, buscando capacidad de aguante y oportunidades para una mejoría.

La asistencia militar a la Policía Metropolitana, el despliegue de oficiales de alta graduación, la regulación de armas traumáticas, unidades adicionales de inteligencia e investigación criminal, son medidas que no buscan la transformación de la inseguridad en seguridad. El objetivo no es resolver la enfermedad de inseguridad y desconfianza ciudadana, sino generar el ambiente y espacio necesarios para superarla.

Mejorar las condiciones de la seguridad en la ciudad requiere además de entender el carácter paliativo de las medidas tomadas hasta el momento, reconocer el origen del deterioro de la seguridad representado en una pésima lectura del contexto estratégico de seguridad urbano, el impacto de la pandemia en este y el debilitamiento de los actores que deben gestionar la seguridad ciudadana.

Sobre la comprensión del contexto, ni el Plan Distrital de Desarrollo ni el Plan Integral de Seguridad – dedicados a tratar lo divino y lo humano- lograron definir una visión estratégica de la seguridad que se tradujera en capacidades, acciones, coordinaciones y resultados que marcaran una ruta lógica para que funcionarios distritales, policiales y sociedad avanzaran en la construcción de barreras contra el crimen, la violencia y las incivilidades.

Adicionalmente, cualquier línea estratégica planeada en el primer semestre de gobierno, bajo las condiciones particulares que enfrenta la ciudad y después de eventos tan críticos como el confinamiento y el paro nacional, difícilmente puede responder a las necesidades actuales.

En cuanto al debilitamiento institucional, la sistemática maledicencia contra la policía, la promoción de desconfianza ciudadana en los organismos de seguridad y la cesión de la gestión estratégica de la seguridad a la Secretaria de Gobierno ha dado ya sus frutos envenenados: una ciudad donde delincuentes y anarquistas están empoderados, y los ciudadanos se sienten desprotegidos.

Dado lo anterior, resulta urgente pasar de anuncios a una estrategia integral de seguridad que se traduzca en acciones comprensibles y ajustadas a contextos locales diferenciales, que integre esfuerzos gubernamentales y privados para mejorar la seguridad, la convivencia y la justicia. Es necesario dejar atrás eslóganes y etiquetas sonoras pero sin contenido, para avanzar en la ejecución de un plan que trace una línea de causalidad entre problemas, recursos y metas.

Asimismo, construir un pacto por la seguridad con el gobierno nacional. Poco espacio le quedará a la Secretaría de Seguridad para una coordinación real de acciones, recursos y esfuerzos, mientras la alcaldesa continúe desnaturalizando las acciones e instituciones de seguridad, guardando un seguro político para cualquier eventualidad adversa. Es hora de empezar a girar contra si misma como base de la confianza institucional.

También debe construirse un ambiente propicio para la gestión de la seguridad. La conversación con las comunidades en diferentes localidades deja como conclusión central que la acción gubernamental no está llegando al destinatario final: el ciudadano común y corriente. Es urgente pasar de la acción gubernamental tuitera a la del mundo real, donde el ciudadano se siente desprotegido y desatendido.

Finalmente, es necesario entender que mezclar seguridad y política electoral es un ejercicio altamente toxico. Obtener resultados concretos en seguridad es el producto de la suma de esfuerzos y voluntades, algo que la duda electorera no permite.

Ofrecer seguridad es un trabajo de largo aliento y duración que supera la acción contra la violencia, la delincuencia y el crimen. El éxito en la gestión de la seguridad depende estrechamente de la confianza que los ciudadanos tengan en sus autoridades, por cuenta de los resultados en múltiples dimensiones.

Superar los cuidados paliativos requiere aceptar que mejorar la seguridad requiere de una acción coordinada e integral que repare las debilidades acumuladas hasta ahora en la gestión, así como el reconocimiento de que al regreso de la pandemia la ciudad se muestra caótica y las autoridades con capacidad de respuesta limitada.

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