Les ha pasado que toman un taxi y, tan pronto se suben, el conductor les pregunta: ¿tiene una ruta o usamos Waze? En mi caso, suelo tomar la segunda opción y dejarme llevar en un recorrido entre atajos, con menos trancón por vías entre barrios que, aunque no siempre reconozco, me llevan en menos tiempo a mi destino.
Reflexionado sobre las horas que perdemos a diario en el trancón (una hora y media en promedio) y las limitadas posibilidades que tenemos para evitarlo, pensé: ¿qué tan fácil sería usar los atajos –bien conocidos por los taxistas– para crear rutas alternas de movilidad y esquivar el trancón bogotano?
Investigué y descubrí que el 47 % de las vías en Bogotá no se usan.
En Bogotá, las vías se dividen en arteriales, las más anchas, como la avenida Caracas y la Autopista Norte; secundarias, como la Novena o la 13, y las locales, que agrupan todas aquellas vías pequeñas que dan forma a los barrios bogotanos. Nos vamos a concentrar en las locales, que son la clave para descongestionar Bogotá.
Bogotá tiene en total de 13.347 km de vías distribuidas en 2.709 km de vías arteriales (20,3 %), 3.218 km de vías secundarias (24,1 %) y 6.300 km de vías locales (47,2 %) que, si las ponemos en línea recta, cubrirán la distancia Bogotá-Moscú. El problema entonces no radica solo en la cantidad de kilómetros, sino en cómo aprovechamos la infraestructura existente.
Usamos más las vías arteriales y secundarias, mientras que las vías locales que hoy están desconectadas, en mal estado (32 %) o subutilizadas, pueden convertirse en una red de vías secundarias con una baja inversión y un alto impacto en la movilidad.
Esto se lograría empatando tramos de vías locales, extendiendo el trazado de algunas de ellas, abriendo separadores o cruzando canales con box culvert, construyendo tramos continuos que le hagan competencia a las vías arteriales, transformándolas en corredores seguros y bien conectados… y así tendríamos más opciones de recorrer la ciudad que habituarnos al trancón eterno de la Séptima.
Este ejercicio se llama coser las vías y ya lo han hecho en otras ciudades como Londres, que hacia 1940 empató buena parte de sus calles creando una red secundaria muy importante. Los londinenses tienen claro que la inversión en un sistema de transporte seguro, eficiente y limpio es la base para una mejor ciudad. Por ello, la iniciativa estuvo acompañada de proyectos de transporte público masivo y la transformación de la red en corredores de movilidad activa, conectada a espacios públicos y servicios urbanos. ¿Es utópico pensar en algo así? Creo que es más fácil de lo que parece.
La mesa está servida y los primeros invitados a replicar el modelo en Bogotá son los alcaldes locales. Con un presupuesto de dos billones de pesos para inversión, este sería el proyecto perfecto de gestión local.
Esta nueva red basada en atajos, que permita recorridos más eficientes por vías secundarias, puede ayudar a descongestionar Bogotá como complemento a las grandes obras y sin olvidar que el foco de la inversión de la ciudad debe continuar siendo la construcción del sistema de transporte público masivo, articulado con los servicios de ciudad.
¿Nos animamos?