Por: Juan David Mateus Rubiano. Estudiante en práctica, Dirección de Futuro del empleo y Desarrollo económico en Probogotá Región.

Fuente: RCN Radio.
El 7 de mayo del 2021 los bogotanos amanecieron viendo como indígenas Misak habían derribado la estatua de Gonzalo Jiménez de Quesada en el centro de la ciudad. Esto no es en lo absoluto un hecho aislado, lo mismo se vio con las estatuas de Sebastián de Belalcázar en Cali y Popayán. A nivel internacional el tema también está más vivo que nunca, en países como Estados Unidos e Inglaterra por estatuas de traficantes de esclavos, en Bélgica por estatuas del rey Leopoldo, o en Francia por estatuas de personajes negativamente asociados a la monarquía.
Por un lado, están quienes argumentan que tumbar estas estatuas es un acto liberador en la medida que llevan consigo un peso histórico de violación de derechos humanos. Por otro lado, están quienes consideran erróneo juzgar figuras del pasado bajo estándares morales modernos.
El anterior debate tiene tanto de largo como de ancho, y mi razón de abordarlo de manera superficial es que precisamente no le veo mucho futuro a aferrarse a una de estas posturas. En cambio, planeo hablar de una propuesta que entra en medio del “túmbenlas” y el “déjenlas ahí”, la reubicación. Una forma armónica de resolver este problema es mantener las estatuas, pero reubicándolas y resignificándolas; llevar este tipo de estatuas a un museo o juntarlas en algún lugar específico son formas efectivas de quitarle a la estatua el simbolismo de victimización y opresión, y cambiarlo por uno orientado a la memoria histórica.
En primer lugar, miremos lo que sucede en museos como el Louvre en París, donde hay decenas de estatuas que en algún momento fueron retiradas de las calles debido al riesgo de que fueran destruidas en revueltas sociales. Varios años después, y con el cuidado del museo, hoy funcionan como piezas de arte y registros históricos. Otro caso aún más interesante es el del Memento Park, un parque a las afueras de Budapest, donde tras la caída de la Unión Soviética, se reubicaron la gran mayoría de monumentos soviéticos del país. Hoy, dicho parque es un museo de memoria histórica al aire libre y a la vez es una curiosa atracción para los turistas que visitan la capital húngara.
Tanto en Bogotá como en Colombia debemos aprender de este tipo de soluciones, pues por un lado no parará de haber personas que consideren que las estatuas no tienen nada malo, así como tampoco dejarán de existir quienes las identifiquen como victimizantes y consideren derrumbarlas. En conclusión, urge tener esta discusión y evaluar las alternativas posibles, no hacerlo solo nos mantendrá en una situación con ambos males, la victimización, y la destrucción de los monumentos.